La aurora está desolada, todo el paraje se viste
de la pena de las vírgenes y duendes de la región.
Ya no existe el regocijo. En la angustia se abandona
el canto infiel de la alondra, y la vida enmudeció.
Que nadie anhele su trino; nadie, la emoción del alma.
Que busquen otra lujuria, otra comarca febril.
Que se abisme el nuevo día, mas nadie espere sus cuerdas.
Sumergida en la tristeza, quiere la alondra partir.
Entregada a la congoja, ha buscado el horizonte,
se ha perdido tras los bosques, tras las pampas, más allá;
porque sintió que unas gotas frías y crueles de hastío
cayeron sobre las rosas de su exquisito entonar.
¡Ay, alondra, que te has ido huyendo del desencanto!,
¿en lugares tan lejanos buscarás tu canto azul?
¿No sabes que la amargura de cantar versos vacíos
es calvario de mis días: espina, látigo y cruz?
Vuelve alondra confundida, no maltrates los capullos,
no entristezcas los crepúsculos, y recupera la fe;
ahogará nuestros desvelos la belleza renacida
de tu canto jubiloso en el pronto amanecer.
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