Estimara saber si un día
—amaranto jardín en
primavera—,
deseares bordar en la
ribera
de mi alma baldía
tu amor con hilos de
herejía.
Naturaleza palpitante
—terrible tempestad a
toda hora—:
suene en mi oído tu
canción sonora,
melodía quemante,
ahogo dulce, furia
amante...
Sacia, Lucrecia, la
aridez
de mi jardín sin flores,
sin destino,
con noches de placer y
desatino.
Sea tu desnudez
el ego en paz de mi
vejez.