que me lleve a la cuenca más sagrada,
a la cárcava, la madre de las sagradas vertientes,
donde la sed no abruma,
y el hambre se atosiga con alimentos nutritivos
que vigorizan nuestro cuerpo
y espolean nuestra memoria.
Resuelvo delinquir en esos prados,
quebrantar su edénica paz,
aterrorizar a sus débiles criaturas;
y en las noches de luna confundida,
vivir los más escandalosos desenfrenos,
de tal suerte que el eremita que seré
podrá reír a sus anchas, a pecho descubierto,
haciendo trepidar los troncos de los árboles
como diapasones salvajes.
Ay de mí: sólo
una contrariedad soportará mi orgullo:
la soledad:
la vasta materia sin risa,
la postergada búsqueda,
la extensa alcoba de los prados
sin el sutil olor del sexo.
sin el sutil olor del sexo.