Nuestro maduro amor se ha
vuelto racional,
tan meditado que
nuestras desavenencias
desaparecen rápidamente
bajo las charlas lógicas.
Nuestra armonía nace de
las amenazas
de fuerzas
temporales,
como de aquellos dioses
griegos
que forjaban sus reinos
de trozos de rutinas
(había dioses para casi
todos
los actos de la vida).
Fue penoso, al principio,
amarte bajo condiciones
tan dogmáticas;
pero, más tarde, poco a
poco,
fui consintiendo amarte
así,
porque mi corazón ya no
soportaría
el ímpetu animal
absuelto.