martes, 9 de septiembre de 2014

Te amo desnuda


Nunca hubiese podido amarte
con firme pervivencia
sin tu desnudo cuerpo reposando
en el lecho de mi memoria.

Eran
tus senos temblorosos
ofreciéndose gravitantes,
tu deslizar descalzo
sobre la alfombra de mi dicha,
la profunda quietud
de tu cuerpo dormido en el paréntesis,
algunas de las tórridas alarmas
que resuenan aún irresistibles.

Tu femenina broma
de querer-no querer,
huyendo del delirio y regresando,
retenía invariablemente
mi amarga voluntad de prescindirte;
y como un pájaro de siempre estío,
mis vuelos recorrían órbitas astrales
en torno a tu existencia.

Nunca hubiese podido, por ejemplo,
amarte en las veredas coloniales,
rociado de fragancias del jardín de tu madre,
con la noche negándome tu rosa,
mi loco corazón
latiendo de ansiedad en tus oídos
y saturado de decencia.

Si te amo, así, desnuda,
es porque descubrí las ocultas distancias
de tus zonas erógenas,
y porque al conocer más mujeres desnudas,
un desolado invierno cayó sobre mi cuerpo.