“¡Basta ya! La palabra es un
ladrillo. ¿Me oísteis?” León Felipe.
Mañana alcanzarás en el
empeño
de levantar el imponente
muro,
más allá de los límites del
sueño,
la visión del edénico futuro,
armonizando arpegios de
guitarra,
trinando sobre rígidos
esquemas,
liberado de injurias, de
anatemas,
y del trato vulgar que te
desgarra.
Ágilmente, la plástica
argamasa,
irá creciendo hasta encender
la umbría
hora del dios que niega
simpatía
al hacedor de la estructura
y masa;
al mortal noble que jamás se
atrasa
en elevar su ofrenda
escrupulosa,
pese a que sea escasa y
azarosa,
en el sediento páramo la
caza.
Cuando con suma rapidez, el
muro
se eleve hasta la altura no
esperada
por los fracasos, ganarás el
puro
aire de libertad y gloria
alada;
y hollarás desde lo alto la
gregaria
y gris costumbre del insecto
humano:
la socarronería del
cristiano
y el petulante idealismo
paria.
¡Basta! En la infancia,
malicioso daño
haz recibido de los
monasterios,
con sus odiosas loas al
rebaño,
que hoy prefieres las dudas,
los misterios.
Te han dicho que la mole
construida,
por causa de impensados
accidentes
propiciados por traicioneras
gentes,
puede ceder cimiento y ser
destruida;
y en ese caso, el corazón y
todo
el esfuerzo: tesón, brío y
coraje,
se hundirán en el repugnante
lodo
del imposible orden que lo
ataje.
Es una posibilidad muy
fuerte,
pues no desconocemos lo
siniestros
que son los enemigos, y cuán
diestros
se muestran en aniquilar la
suerte
del hombre luchador, del paradigma
en levantar el firme y
elevado
muro; mas, no te sientas
abrumado,
porque tu voluntad guarda su
estigma.
No eres ajeno a las
dificultades
que presenta la construcción
de muros,
pues cada quien expone sus
oscuros
análisis y mil contrariedades.
Mas, pese a la amenaza de
los males,
la obra que principias a
entrever,
no podrán los demonios
detener,
aunque antepongan armas
demenciales.
Dejarás, en extremo, tus
jardines:
la poda del rosal
policromado
y de aquel crisantemo
descuidado,
pues son en tu labor futuros fines.
Seguirás trabajando con la
piedra,
exento del espíritu remiso,
con firme y duradero
compromiso,
como el tesón de la sufrida
hiedra.
Y con finas molduras de
acabado
tu trabajo darás por
concluido,
tu esfuerzo inagotable por
pagado,
y tu existir contento por
vivido.
Y cada mano tuya que levanta
un ladrillo, reviste la
manera
de requerirle a Dios y a la Quimera
el grito triunfador de tu
garganta.
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