Cae con furia la tormenta
sobre las copas gemebundas
a lo ancho del viento,
como declaración de guerra a la quietud.
Un dios la instiga
desde la negra altura,
mientras los pájaros se encogen
asustados entre los árboles.
Fijamente, la luna me percibe
a través de las ráfagas,
mientras su antigua luz deshabitada
alarga el tiempo y el suplicio.
Nunca antes sentí tanta inclemencia
para escribir dos versos más.
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