martes, 2 de abril de 2019

A mi madre


Cántame la canción de las lejanas mariposas,
cuando el sol caminaba sobre una mañana amarilla,
con el esmero de la mesa,
ante el sagrado rito de tu asistencia desinteresada,
mientras en una taza de humeante café
destellaba la vida, el esplendor del mundo.

Con tus melancólicas cuerdas
ábreme el tiempo de rabiosos aguaceros,
aljibes, verdes ranas, caracoles y tibias almohadas.
Ábreme aquellos cuentos que arrullan mi memoria:
emociones que hicieron mi carácter.

Ante alguna infeliz imprudencia, protégeme
con tus brazos de guardiana serpiente.
Tu rutina colgando en los percheros del ropero
—posponiendo deber de esposa y compañera—,
ampara el cielo de mi algarabía.

La gris ondulación de tus cabellos,
las mil desilusiones,
no deslucirán la dulzura de tu canto
ni harán que irrumpa la desdicha.

Un comentario mío, una leve atención
o sólo una mirada de soslayo,
abren las puertas de tu corazón,
haciendo que irradie tu sonrisa.