sábado, 5 de diciembre de 2015

El vuelo irrefrenable


El ave no desprende la tristeza
para volar la ruta milenaria.
Surcará con su instinto
de alturas emigrantes este día;
y mañana tal vez será
graznido excelso, canto y alboroto,
sobre un trémulo gajo en la laguna.

Quizá sonría el corazón de nubes
y enardezca de música el estío.

No pretende el adiós en la ventana,
ni aquellos gritos hondos, dolores de volcanes,
que nacen de la inquina a su plumaje.

Quiere seguir las voces misteriosas
en las honduras cálidas,
para observar sobre su pecho antiguo
el brote de la sangre
sobre su corazón abierto,
llevando el sueño en paz consigo misma
y con la noche.

Así, pues, suéltale las alas,
y deja que las horas se aturdan de su nombre,
que te prometa albores, perfume de la rosa
en sus jardines mudos; que me prometa amarte
como flecha clavándose en tu lecho.

¿No ves que el ave grita el tiempo helado?
¿No ves, cercana a tu silencio,
urgida de su vuelo irrefrenable,
saciando ya de ruegos tus oídos?

Quiere partir,
quiere sentir el vuelo,
pues solloza en la torre de mi súplica
no haber volado todavía.

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