miércoles, 4 de noviembre de 2015

El mayordomo de la condesa Erzsébet Báthory


En vuestro lóbrego castillo
el olor de la sangre impregna,
sangre humana gimiendo en las paredes,
las tallas de alabastro y las cortinas.

Vuestra piel revestida de cárdenos radiantes,
¿cuántas doncellas degolladas precisaron?;
¿cuántas, para llenar la tina milagrosa?;
¿y cuántas inmersiones por semana
conservan ese cutis suave,
esa piel de murciélago nonato?

Mi adorada condesa:
por una noche de lujuria en tus recámaras,
permíteme ser cómplice en tus crímenes.
 Que los cielos se apiaden de las almas
inocentes y entreguen sus lozanas vidas
y aumente tu belleza ante mis ojos
y me regales tu sonrisa roja.

La oscura noche nos apaña,
descendamos a las mazmorras
a elegir las zagalas de la orgía.
Al desnudo, tu cuerpo
bañado en sangre,
bien vale la protesta de los párrocos.

Cierra sus ojos,
levanta el cisne de su cuello y mírame
cuando, acuciado por la concupiscencia,
con la fría cuchilla le abra de oreja a oreja
para ti mi desnuda reina roja.
El cuello hendido sobre tu blanco pecho
derramará, para la gloria de toda Transilvania,
el vino de la vida a borbotones,
el vino del amor, de la belleza.
El vino de la eterna juventud.