lunes, 7 de septiembre de 2015

El poema insurrecto


Siempre desciende abstracto sobre la médula del brío,
sobre el clamor del verso inexistente, sobre la súplica del estro,
sobre las teclas del ordenador, sobre el coraje,
deslizándose con el tiempo hacia el recóndito vacío.

En la eventualidad de su germinación
se observan sepultados casi siempre
todo su ritmo, con todas sus verdades,
bajo la yerma sustancia del abismo,
donde casi como la nada se percibe.
 Alguien lejano sufre. Se ahoga en su carencia;
y esa agonía de lo insulso, impone su mensaje de eutanasia
en la quimera del pasado, en la ruina del intento fallido.
Entonces el espíritu ya nada sabe de esplendores
y nada más comprende. Se nutre de codicia
atada a los residuos del talento,
y no logra sino arrear a todos los pájaros de su sueño,
agotarlos en su propia pobreza,
donde cansados van de a uno pereciendo.

No se crea la luz con voluntad,
ni en el fiero combate con las duras palabras,
ni en la exclamación vigorosa de los adjetivos,
ni en el asalto a lo sutil,
ni en la fascinación por la simbología;
menos aún,
en el extravagante grito de las metáforas.

El poema es un galope hacia el miedo de perder la cordura,
es un miedo que escucha lo que no ha dicho todavía,
es un miedo tembloroso que sigue y sigue
hacia el fuego que llama,
hacia la luz que el mismo miedo predestina.