miércoles, 3 de febrero de 2021

La pasión del romano (poema épico)

La firme obstinación de aquel cristiano
en la tortura Plinio constataba,
y cuando el cuerpo exhausto desmayaba,
veía que el martirio era vano.

Por su Dios el cristiano se moría
pues, comprendiendo echada ya su suerte
en el suplicio, cerca de la muerte,
con alma sosegada sonreía.

Al no rendir la fe, Plinio tronaba
y exigía tormentos más logrados,
aunque siempre veía malogrados
sus esfuerzos y siempre fracasaba.

Pide, entonces, a su señor, Trajano,
luego de abrumadores sentimientos,
que de los imperiales pensamientos
surja con prisa algún consejo sano.

Responde el sabio emperador: «querido
Segundo, si, al negar los acusados
esa creencia vil, son invocados
los dioses, muéstrate compadecido;

mas, si persiste la desobediencia
y juran hasta la impiedad tercera,
castiga con resolución severa
arrancando esa fe, sin indulgencia.»

Así, Plinio, sus dudas aplacadas,
bajo la coacción de los tormentos,
perdona a pocos y condena a cientos,
según las leyes prácticas dictadas.

Y en el trajín de las persecuciones,
arrestan a una idólatra doncella,
en óleos ungida, virgen, bella,
una Venus que inflama las pasiones.

Mas la cristiana de su fe no abjura,
se abandona sin súplica al martirio;
y en medio del tormento y el delirio
se reafirma en su Amor, callada y pura.

Busca, Plinio, salvarla de la muerte,
esclavo ya de la atracción extrema;
y, luego de sacrílego anatema,
clama al Hado torcer aquella suerte.

Sufre la fe, la intransigente Entrega.
Desea suya la virtud lacrada,
mas la fiel voluntad indoblegada
del alma la merced mundana niega.

Entonces, el castigo inevitable
se lleva al Hades a la infiel criatura,
y hondo desgarro que dolor supura
en Plinio deja el día inhabitable.

«¡Oh, Júpiter, innoble y despiadado!
¿Por qué, tu potestad, un alma pura,
decide, desde la divina altura,
presto llevar, dejándome pasmado?

¿O tal vez este dios desconocido,
desdeñando mi vivo sentimiento
y hundiéndome en dolor y desaliento,
fue quien dejó mi corazón vencido?»

Bitinia conoció la triste historia:
varios siglos los bardos la cantaron,
hasta que olvido y tiempo amortajaron
de aquel romano la imposible gloria.