domingo, 25 de marzo de 2018

Uno de mis otros


Al despertarnos, me dio a entender
sus ganas de aferrarse a la almohada.
Amaneció sin fuerzas para llevar la vida cotidiana hoy.
Me da lo mismo. Es sábado. El cielo tiene su capote.
Tres metros de muralla de mi casa impiden
la tortura de nuestros tímpanos.
No abro las ventanas como siempre
para apoyar nuestra salud emocional.
Estamos en penumbra, con los ojos cerrados, retocando
las habituales reflexiones, sentimientos de culpa;
y yo voy elucubrando señuelos que le impidan
tomar el absoluto mando. Nada de seccionar el cable a tierra,
nada de planear ocios neuropsiquiátricos,

La charla se vuelve agobiante por momentos.
No quiere despejar las dudas que comprimen
los libres albedríos, expandiendo la confusión
al tuétano de los propósitos morales ya pactados.
Vueltas y vueltas abrazado a la almohada,
libre del déspota susurro del destino.
Es como si la eternidad, con su fiel encanto,
me otorgara la venia para aceptar su dejadez.
A cada tanto, dice cosas tiernas, versos de altura,
dulce de leche en su lenguaje, promesas de laureles,
de insomnios como sueños bogando con Ulises.
Él siempre tiene la razón. Ya no tengo las ganas de los usureros
para ganar fortuna. Ya no encuentro razón
para el comercio de mis horas laborables.
Acepto la modorra. Amablemente él lo ha exigido.
Flotamos.

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