La condena y el gris silencio
—velámenes de tu fracaso—, te dieron esta larga calle pedregosa.
Si escuchas las cadenas de tu voz,
acaso tintineen todavía,
en un idioma de primates,
tus vocales cosidas a sus óxidos,
palabras inconexas de submundos,
canciones guturales de lluvias inclementes,
arritmias
que te buscaban a ti mismo.
Acaso traes
de las noches su herrumbre:
el hastío, la saciedad
de las inmundas ratas
—bucólica del cuervo—,
los soeces cerrojos de la risa;
y en el alba, un inútil despertar
por los calambres del encierro.
Reconstruyes los lejanos ladridos,
revuelves tus heridas
y hechas espuma por el ánimo.
Has vivido sin piel muchos inviernos,
sin comprender lo que perdías:
el horizonte prominente
y tu amor por la búsqueda.
Pero ya entonces, y aún más ahora
te importa la emoción del caminante
—siendo claro que el sueño no existe todavía—,
porque los golpes y la indigna humillación,
el quiste de los sucios sentimientos,
te dieron esta insólita manera acompasada
de evocación y alivio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario