viernes, 22 de enero de 2010

El amarillo en la sangre

Caminaba con los ensueños más miserables de la tierra,
cercado por el total amarillo,
enceguecido por fotografías de mujeres desnudas
adheridas con gomas de mascar sobre mi frente,
y la canción: Ya falta poco, como el himno de mi alegría.

Jamás pensé que el alegre amarillo de los trigales
pudiera percutir odiosamente en las paredes.
Jamás se me ocurrió que la brisa del hombre
buscara detenerse a dormitar en los rincones viles,
renunciando a los prados y a las aves.

Nunca había visto un desierto tan óxido en mi vida,
más herrumbroso y solitario que un cementerio de automóvíles,
más cargado de buitres y alimañas que una laguna evaporándose,
ni he visto tanta sed buscando dioses en el limo seco,
ni tanta palidez de duros amarillos bajo el cielo,
ni tanta ausencia de risa espontánea.

Todos mis ideales fueron bloqueados por los muros,
y la imaginación embestía contra el sórdido amarillo,
sangraba en amarillo;
y solo algunas tardes, bajaba sobre los ávidos ojos
el ocre del crepúsculo
trayendo la esperanza de otros colores insondables.

Gracias a que vertí toda mi angustia en la cautela,
a que extraje del mismo cruel vacío la gama del futuro,
y a las dunas por donde deambuló mi espíritu,
pude conocer las alternativas de todos los desiertos
y encontrar otras gamas en este oasis donde hoy vivo.