Siria y su dolor
Vengo a invocar la vida. Vengo a gritar una vergüenza más de la humanidad: la cruenta masacre en Siria. Me cuesta escribir sobre Siria porque, indefectiblemente, debo hablar de destrucción y muerte, de la miserable tarea que la «civilización» está llevando a cabo, del miserable espíritu de los homínidos. Y descreo del reconocimiento humano, consciente, reflexivo, del mea culpa ante el asesinato colectivo de mujeres y niños.
Vengo a invocar la vida. Vengo a gritar una vergüenza más de la humanidad: la cruenta masacre en Siria. Me cuesta escribir sobre Siria porque, indefectiblemente, debo hablar de destrucción y muerte, de la miserable tarea que la «civilización» está llevando a cabo, del miserable espíritu de los homínidos. Y descreo del reconocimiento humano, consciente, reflexivo, del mea culpa ante el asesinato colectivo de mujeres y niños.
No tengo amigos en
ninguno de los bandos. Y carezco de todo interés comercial, o del deseo de
conocer Palmira. Ayer era un bullicio la vida en los mercados, eran silencios
de abejas las mezquitas, eran animados y largos regateos en las tiendas de
Alepo, eran las tertulias poéticas en las tabernas de Damasco. Era la fe en la
vida, en el hombre.
Los guerreros antiguos
entraban en trance de guerra dominados por la furia y el deseo de conquista, de
gloria. Los actuales, simples mercenarios viciosos se estimulan con Captagon*, para correr hacia
las orgías de sangre. El objetivo de uno y otro bando es llegar a la macabra
meta sobre miles de cadáveres, puentes de cadáveres para la victoria, puentes
de cadáveres para la derrota. Hubo guerras que se hicieron lejos de las
ciudades. Así deberían de ser siempre, como mandan las normas del humanismo; pero,
hoy, para disuadir al enemigo, algunos vuelven a las prácticas primitivas
de la crueldad extrema: arrojan sus bombas en las calles atestadas, y lo hacen
con impudicia, como perros rabiosos, como hienas hambrientas.
Detrás de cada bala y
delante de ella se encuentran seres humanos indefensos, pero esto carece de
atención por parte de los psicópatas del poder, a nadie importa: el desierto
se encuentra ahí, y el petróleo mana ahí, y la miseria, el hambre, la tristeza
y las bombas están ahí, caen ahí, matan ahí. Y los pobres civiles sobrellevan
sus rutinas bajo el capricho de la fatalidad. Cada día son decenas de mártires
que dejan caer sus cruces, sin lograr volver a levantar sus desvanecidas
esperanzas.
Es difícil escribir sobre
cualquier guerra, porque existen dos bandos, tantas naciones que crean el
terror en estricto secreto. Y digas lo que digas, a uno de ellos no le gustará
lo que dices, y tal vez serás amenazado por los «pacifistas», por las oenegés.
Pero, con cautela, diremos que en los mapas de Siria, en medio de su gran
desierto se han trazado líneas cruciales por donde desean construir oleoductos
y gasoductos, o en todo caso crear nuevas fronteras, nuevos protectorados.
¿Acaso existe una propuesta mejor? ¿Algún plan B? ¿La emigración en masa como
los voraces saltamontes? ¡Jamás debemos aceptar las aberrantes tiendas de
refugiados!
Y que las casas de sus
milenarios pueblos se encuentran llenas de niños que desean jugar a las armas
sin balas, lo sabemos; pero que tiemblan de susto con cada bomba que oyen caer,
también. Y que cada noche en mi mente no hay espacio para albergar las imágenes
de sus pequeños cuerpos acallados, lo sé. Y que estoy condenado a bañarme con
la sangre de los decapitados, so pena de ser atacado por un dron en una fiesta
familiar, también. Pero yo no pediré clemencia a ninguno por mi temeridad. Soy
un idealista que llora en la fiesta de la matanza. Soy una voz amiga, de
esperanza para el pueblo de Siria. Soy un cuervo que denuncia el gen carroñero
de su especie.
*La fenetilina (INN) es
una unión química de anfetamina y cafeína. Se comercializa para su uso como
psicoestimulante bajo las marcas Captagon, Biocapton y Fitton