lunes, 15 de mayo de 2017

Sigues desnuda en mí, Marion


¡Oye, Marion!, ahora que estás muerta:
¿para qué lado queda mi destino?
Hoy que te añoro, me descubro extraviado
sin nuestra estrella de Belén,
con mi brújula litigando en cada bocacalle,
los cuadros de la sala
sonriendo caricaturescos,
mientras al mundo todo
—hoy que te añoro,
hoy que quisiera haberte dado un beso último
canto el secreto de aquella gran pasión.

En los años ochenta penetraba la música
en nuestra piel,
y puedo comentar que fuimos
unos adictos de todo tiempo al rock.
¡La música era todo para nosotros!:
recuerdo aquellas melodías
que resbalaban en las noches por tus muslos,
sobre tu vientre almidonado.

Recuerdo cómo los altoparlantes
retumbaban en nuestro barrio,
y todos nos volvíamos
bailarines frenéticos con Elvis, a sabiendas
de que el sexo lo encontraríamos
debajo de las madrugadas,
mientras la seducción se derramaba
sobre nuestra perpetua juventud.

Nunca sentí el apremio
de sofocar nuestras hogueras
ni en el recuerdo;
quiero decir:
ningún otro arrebato me ha vencido
con la fuerza que tu desnuda
tibieza me vencía
en las noches de invierno
cuando me dormía pegado a ti.
Mi inolvidable Marion.

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