miércoles, 31 de agosto de 2016

Travesía

Discurre el capitán (hábil marino
del noble bergantín en puerto anclado):
—Se encuentra en su bogar depositado
la expectativa de mi hostil destino.

Si la nave encallara, yo sería 
de los muelles un triste vagabundo:
beodo, miserable e iracundo,
agonizando de melancolía.

En un vuelco feliz de la fortuna
(compañera leal de antigua suerte)
ya no acongoja la insidiosa muerte
y hoy surcamos sonriéndole a la luna.

Con tesón y avería reparable
sorteamos la dura tempestad; 
nadie ha muerto (¡divina voluntad!)
en la jornada heroica, memorable.

Paroxismo de angustia es hoy pasado
de aquella dolorosa oscuridad:
fuimos presos de mística humildad
ante el miedo a la muerte y al pecado.

Sin rumbo nuestra nave en ruda hora,
enfrentada a la noche, al mar airado
de furibundas olas, ha sumado
más gloria a la leyenda que atesora.

Gracias a la virtud, la indestructible
nobleza del navío y los azares
homéricos burlados, en los mares
acrece nuestra fama de invencible.

Mientras me llega la salobre brisa
aprecio el mar, feliz en la cubierta,
pues el futuro del andar despierta
ensueños que el espíritu precisa.

Al levantar el ancla y los adioses,
al proseguir la ruta del crepúsculo,
recordaremos el terror mayúsculo.
¡Nunca desdeñaremos a los dioses!

La terrible y diabólica experiencia
nos revelaron las divinas leyes:
en el mundo jamás seremos reyes,
e imploramos ante el final clemencia.