viernes, 26 de mayo de 2017

La muerte de Sócrates

Sobre el camastro humilde, condenado
por impiedad, la condición humana
advierte su destino: lucha vana
ante el severo oráculo del hado.

De excesos lujuriosos acusado,
Atenas lo abomina y mal se ufana
de su fealdad grosera, de su arcana
esgrima, de su genio disipado.

Consiente su razón el largo viaje
hasta la eterna soledad umbría,
ahíto de la saña y del ultraje,
dejándonos su gran filosofía.

La indulgente cicuta mata al hombre
para engendrar la gloria y el renombre.

viernes, 19 de mayo de 2017

Los demonios del orden


 Ante la llegada inminente,
tiemblan los músculos honestos.

Aterrada, la espera
se resiste a seguir un paso más
la progresión del tiempo.

Vienen y no vienen.

La atmósfera se carga de nubes tenebrosas
que hace emigrar las aves disparadas cual flechas.

Pareciera que acechan como hienas
al doblar las esquinas.

Los viejos intestinos se doblan y se tienden.
¡Cuánto duele la calle
sospechosamente dormida!

Se viven los segundos, expectantes,
alarmados susurros de la vida
más allá de las rígidas murallas.

El cuerpo, duro como el mármol,
pareciera romperse en miles de partículas,
buscando libertad y aplacamiento
en la amplitud del cosmos.

¡Ah! Ahí llegan los verdugos
a cara descubierta, crujiéndoles los dedos,
sonriendo a las paredes.

En tanto entona el uno, y el otro a la trompeta,
formulan sendos cargos, y ríen entre dientes
la gravedad sumaria.

Al besar las mejillas sonrosadas
de los niños que nunca
encubrirán la felonía
—y por ello se ablandan—, voltean la vergüenza,
y le guiñan un ojo a la blanca serpiente,
tratando de aplacar la ira del ofidio.

Fragmentos del poder, los trozos de la carne
insensibilizados por el miedo,
se cuadran a destiempo.

Hormigas carniceras devotas al programa:
la caza de rebeldes con órdenes estrictas
de acabar cuanta vida opusiera entereza.

Ríos de sangre tiñen de bermejo
las calles asfaltadas;
y dos conejos blancos como nieves
corren desesperados de las risas burlonas,
de la fría impiedad.

Sin embargo, en las casas, nadie mira la calle;
ni siquiera, curiosas, las persianas
buscarán la verdad.

Pero,
así como se sientan con las piernas dobladas
y total comodidad,
el hombre imperceptible,
con fuerza gigantesca,
los desmanes impunes vengará.
Y el canto de los cisnes
hasta el frío rincón del universo
su adiós esparcirá.

El legítimo dueño de la tierra,
lejos ya de la bestia,
su cetro alcanzará;
y en ausencia de dioses permisivos,
en los desfiladeros de la suerte,
a estos demonios modernos,
a la luz de la ley arrojará.


lunes, 15 de mayo de 2017

Sigues desnuda en mí, Marion


¡Oye, Marion!, ahora que estás muerta:
¿para qué lado queda mi destino?
Hoy que te añoro, me descubro extraviado
sin nuestra estrella de Belén,
con mi brújula litigando en cada bocacalle,
los cuadros de la sala
sonriendo caricaturescos,
mientras al mundo todo
—hoy que te añoro,
hoy que quisiera haberte dado un beso último
canto el secreto de aquella gran pasión.

En los años ochenta penetraba la música
en nuestra piel,
y puedo comentar que fuimos
unos adictos de todo tiempo al rock.
¡La música era todo para nosotros!:
recuerdo aquellas melodías
que resbalaban en las noches por tus muslos,
sobre tu vientre almidonado.

Recuerdo cómo los altoparlantes
retumbaban en nuestro barrio,
y todos nos volvíamos
bailarines frenéticos con Elvis, a sabiendas
de que el sexo lo encontraríamos
debajo de las madrugadas,
mientras la seducción se derramaba
sobre nuestra perpetua juventud.

Nunca sentí el apremio
de sofocar nuestras hogueras
ni en el recuerdo;
quiero decir:
ningún otro arrebato me ha vencido
con la fuerza que tu desnuda
tibieza me vencía
en las noches de invierno
cuando me dormía pegado a ti.
Mi inolvidable Marion.