lunes, 30 de junio de 2008

Romance de la noche de luna



Era una noche de luna
en la casa solariega.
La brisa rozaba el cuerpo
de la tendida doncella,
sobre desnudos contornos
evocando una gacela,
entre el aroma de lirios
de la ardiente primavera,
mientras la luz irrumpía
sobre las sábanas, lenta.

El mocetón que dormía
a unos metros de la pieza,
en una hamaca de hilo
y bajo el manto de estrellas,
despierta por el cantar
de un pájaro que gorjea;
y al ver la danza del mundo
girar en viril cadencia,
con lascivo atrevimiento
a la ventana se acerca.

Con cautela y mucho miedo
en la oscuridad observa,
y de a poco se acostumbran
sus ojos a la silueta.
La luna también miraba
aquella desnuda gema,
que al moverse a cada tanto
hacía estallar las venas,
pues daba vida a la diosa
engañosamente muerta.

Era mármol que latía
aquella imagen argenta;
y al recibir con suspiros
el sí de la noche eterna,
su corazón se dilata,
su pensamiento se tensa,
y decide a sangre y fuego
adentrarse en la refriega,
donde demonios y ángeles
se declararon en guerra.

Con voluntad temeraria
y con alma marinera,
esclavo de la ilusión
de aquel canto de sirena,
quiere para él el reinado
sobre las blancas arenas.
No existe acto en el mundo
que el alma humana estremezca
ni otra razón que acredite
nuestra mísera existencia.

Otra y otra vez la mira,
y en eso siente que ella,
respondiendo a sus latidos,
entregaba sus cadenas
al aire de la lujuria,
cual Venus que se confiesa
con el lenguaje del gesto.
Con el corazón sin rienda
mira el vientre que se ondula,
cómo se mueven las piernas,

y cómo el cuerpo se extiende
con auras de una tigresa,
emanando los efluvios
que clamaban en la espera
y ofreciéndose al pecado.
Ya sin dudas (su alma atenta),
llenándose de coraje
a instancias de aquella venia,
con incertidumbre intacta,
hasta la cama se llega.

Al ver que en el amplio lecho
le aguardaba la tibieza
del sitio que le ofrecían,
al desplegar de las velas
se dispone a navegar.
Fue noche de dicha entera,
gloriosa para el recuerdo
cuando halló que la Nereida,
todo el tiempo de su duda
estuvo ardiente y alerta.

sábado, 28 de junio de 2008

Caminaba sobre la otra acera

En órbitas absurdas de estrellas apagadas,
como vuelos tardíos del crepúsculo,
la memoria repite
tus ojos aburridos de mirarme.

Ni tu amor ni mi amor
pudieron recobrar su aroma
de humus en el bosque de las sábanas,
buscando resurgir
sobre las olas del recuerdo.
Y fríos en sus agonías
se desataron piel a piel
de las cadenas oxidadas del deseo.

Hoy he visto, con nubes de ternura,
llover tu risa sobre la otra acera,
como un diluvio ajeno a mi sequía.

Y detuve mi angustia —pájaro
de rotas alas—,
mirándote volar un cielo ajeno.


sábado, 21 de junio de 2008

Tu distante universo


¿Qué sol te irradia
y armoniza tus sueños orbitales?

¿Qué rayo aviva
la gravidez corpórea, la intangible belleza
de tu cíclica faz,
cautivando los lentes astronómicos?

Te miro en las auroras, distante en tu galaxia
—floresta cósmica con pájaros—, de dríade vestida,
aromando las calles de tu reino,
sobre alcobas desnudas
donde el poema nace de la piel amanecida.

En cien constelaciones de verbos y adjetivos,
y a mil planetas adherida,
eres tú —y no ese sol— el foco y médula
de tanta majestad y onírico universo.

Confuso entre sextantes,
te observo con monóculo primario
—inalcanzable estrella—,
perdida mi mirada en tus ajenas sombras.

En el laberinto


Doloroso de ti,
doblado estoy sobre tu rostro sepia,
repetido en tus ojos
de los días sin verte.

Este tiempo que abate
como fiera incansable en su arrebato,
con su garra filosa,
me clava soledad en la garganta
y sangro en agonía
en el páramo triste de tus besos.

Desde el mantel bordado de la noche
la luna alarga su irradiado brazo
hasta mi rostro en sombra
y lo inunda de plata en el espejo.

Las estrellas titilan
en la gula lejana de sus brillos
apáticas a mi futilidad.

En la penumbra de mis ojos cerrados
te descubro en la risa,
escondida en el juego del desnudo,
con mis ojeras nunca cansadas de mirarte.

Ahí, en el laberinto del descuido.

Sueño circular

Soy el que sigue y caerá vencido
en el bosque fatal del desenlace,
en último desguace,
ausente copa y hojarasca, humus del olvido.

Aunque vislumbre el canto evanescente
y aspire débiles efluvios de la gloria,
la calma migratoria
gravitará en el perdurable adiós mi ser ausente.

Otro utópico, posta en la carrera,
acometiendo el vano,
desandará la análoga aventura.

Ante su odre vida de febril quimera,
entonará, prolijamente, el cíclico y humano

concierto con ajada partitura.

jueves, 19 de junio de 2008

La agonía de los árboles

Del paisaje ruinoso en la apatía,
sin remedio sus hojas, sentenciadas
sus voces en angustias extraviadas,
yerma mudez y triste labrantía;

en pugna desigual y sin aliento
ante el soplo inclemente del destino,
en el ángelus gris, sobre el camino,
gimen los árboles su adiós al viento.

La augusta majestad de sus pasados
sostenida por troncos extenuados,
se resiste a las fauces de la tierra.

Análoga derrota, consecuente
ante la eternidad omnipotente,
ansío yo para mi humana guerra.