sábado, 29 de junio de 2019

Regreso de la emoción

He llegado hasta aquí bastante saturado de mi aliento,
de tanto correr hacia espejismos que nunca se detienen,
de vivir bajo el mismo campanario de pueblo apacible,
oyendo repicar la campana de bronce dos veces al día.
Mi corazón se habituó a ver el mundo desconocido,
mal rasurado y con la ropa sucia y mal planchada,
con ojos de turista andrajoso, sin dinero, sin bicicleta,
caminando sobre las huellas de la cruel soledad del hombre.

En una casa grande ya y sin hijos harto estoy,
(sé lo que es un corral de hombres cautivos con alas),
abandonado por los duendes que me indicaron el sendero,
practicando matanza de demonios cada noche,
donde el cuervo de Poe viene a graznar sus “¡nunca más!”,
burlándose de mi melancolía, de mi esperanza, de mi fe,
y agregando: “¿Estás buscando el verso fácil de atrapar
en la vacuidad de tu cuarto, de tus fantasías, reclamando
a la noche tenebrosa tu estatua de Palas y mi generoso albergue?”

Estirando las piernas luego de larga noche frente al monitor
salgo insomne a la calle de mi barrio, a la intemperie,
para esperar los colores del sol que irrumpirá en minutos
como un antiguo dios, sobre los árboles, entre las nubes.
El paseo central empastado divide en dos la amplia calle
y camino por la izquierda para evitar los autos a mi espalda.
“Es quizás –pienso- esta visión esplendorosa de matices
la puerta al paraíso tantas veces soñada por los egipcios”.

Se abren las ventanas del vecino, por donde las arañas
vuelan paralizadas desde las alfombras sacudidas,
mientras en una casa en ruinas de una época lejana,
alumbrada por esta misma luz que se agiganta,
tararea una viuda ya muerta trozos de nostálgicos boleros.
Más allá, una peluquería. El peluquero parado en la puerta
me hace señas desaprobando el aspecto de mi pelo.
Me percaté de su renguera y supuse secuela de un derrame,
de alguna arteria taponada por falta aguda de alegría.
Soy esa imagen proclamando mi destino, este presente
que muy pronto será ese amor perdido en la memoria.
Le di mi seria negativa y él me dio su hipócrita sonrisa.

Soy el hombre harto que oye el nítido susurro de la vida:
voces que viajan sobre la brisa agonizante que se pierde.
En algún sitio de mi memoria rescato el deseo de vivir.
Le confieso mis impresiones con saludo y sana alegría
a cualquier transeúnte que camina hacia la parada de autobuses,
y sigo fascinado por los tornasoles del alba, donde prosigue
la luna su marcha trasnochada hacia el abismo del mundo,
con los ecos insonoros que llegan como mariposas del pasado.

Le dije al transeúnte más callado: “¿Qué es lo que más deseas?
Me dijo: “Cantar a voz en cuello esta mañana de luz
y vida que va expandiéndose y me regresa con su destello
a la mágica calle de mi niño, a mi madre enseñándome
con su dedo índice y su rostro pegado al mío,
las últimas estrellas rutilantes y el infinito azul del cielo”.
Le dije: “Yo regresaré con mi mujer. Tal vez ahora
las caricias sean diferentes y resurjan las bellas palabras
que nos decíamos cuando la despertaba en los amaneceres.
Ahora siento una terrible necesidad de estar en mi cama”.
Me dijo: “Ciertamente, no tiene sentido tu paseo de loco confundido. Mejor, regresa a tu casa."