viernes, 30 de marzo de 2018

Ya no pido nada


Me asomo a tus facciones en el ocaso
antes de dejarte sola para ir a beber.
Me infectan los microbios rudos de tu mirada.
Trajinas de lunes a sábado
y duermes el domingo antes de las diez.
Rondo por las horas como un muchacho aburrido
a quien le gusta cantar y no tiene guitarra.
Decaigo en la mala educación y el escocés:
les escupo porquerías a mis demonios.
Quisiera regresar al infinito de aquellos
pájaros-besos que escapaban de tu boca.
La gotera de la ducha ha cumplido un mes.
Perdóname, es tarde, ya no pido nada:
ni siquiera un intento de cambio en tu conducta
que me impulse a sentirte nuevamente amada.

domingo, 25 de marzo de 2018

Uno de mis otros


Al despertarnos, me dio a entender
sus ganas de aferrarse a la almohada.
Amaneció sin fuerzas para llevar la vida cotidiana hoy.
Me da lo mismo. Es sábado. El cielo tiene su capote.
Tres metros de muralla de mi casa impiden
la tortura de nuestros tímpanos.
No abro las ventanas como siempre
para apoyar nuestra salud emocional.
Estamos en penumbra, con los ojos cerrados, retocando
las habituales reflexiones, sentimientos de culpa;
y yo voy elucubrando señuelos que le impidan
tomar el absoluto mando. Nada de seccionar el cable a tierra,
nada de planear ocios neuropsiquiátricos,

La charla se vuelve agobiante por momentos.
No quiere despejar las dudas que comprimen
los libres albedríos, expandiendo la confusión
al tuétano de los propósitos morales ya pactados.
Vueltas y vueltas abrazado a la almohada,
libre del déspota susurro del destino.
Es como si la eternidad, con su fiel encanto,
me otorgara la venia para aceptar su dejadez.
A cada tanto, dice cosas tiernas, versos de altura,
dulce de leche en su lenguaje, promesas de laureles,
de insomnios como sueños bogando con Ulises.
Él siempre tiene la razón. Ya no tengo las ganas de los usureros
para ganar fortuna. Ya no encuentro razón
para el comercio de mis horas laborables.
Acepto la modorra. Amablemente él lo ha exigido.
Flotamos.

sábado, 3 de marzo de 2018

Este despertar

El grito de la ducha en el baño
me va contando la historia de tu rostro,
de tus pechos, de tus nalgas.
Canta un grillo trasnochado y monocorde
y la indiferencia se detiene:
sangro gota a gota los días
y lleno con los coágulos este presente hueco.
Me hago el desentendido
porque hasta hace poco yo era feliz.

Que me grita la ducha,
que me grita la historia de tu hembra,
como si todo quisiera volver a empezar:
seducción y deseo, risa y contrarrisa,
como si esta mañana no tuviera
su terrible antecedente,
como si haciéndome el sordo estrangulase
los sueños más horribles de mi noche.